3 de junio de 2011

El espejo

El espejo. El espejo que siempre espera, paciente e incómodo; a que salga de mi habitación por la mañana. El espejo que mira determinado a contar los minutos del reloj que se alza enfrente de él.
El espejo. Aferrado, crucificado enfrente de mi con tornillos de 2 pulgadas. No sabe hacer otra cosa que esperarme.
Relámpagos de rubí cruzan por mis ojos, llegando hasta el estanque marrón de mis pupilas. Mi lengua está blanca, desértica.
-Imberbe mozalbete- me gritaron una vez. Hace tiempo que esas palabras han dejado de tener validez.
Todavía soy joven. Pero el espejo, cada vez más conciente de que está cada vez más cerca su fin; se esfuerza en no hacérmelo notar. El espejo que ve mi negro cabello desordenarse todas las mañanas. Despeinado hasta la muerte.
En retrospectiva no suena mal. El espejo sabe que han pasado años desde que un peine se posó en mi cabeza. El espejo sabe todo sobre mí y yo no se nada sobre él. ¿De quién habrá sido el espejo antes de que me reflejara en él? Es viejo y sobre él cruzan las manchas de años de dedicación, de mantener su espalda atiborrada de medicamentos caducos.
El agua pasa entre mi cara, limpiando cada borde con extraña devoción. Es temprano. Las verdes pancartas del reloj apenas sentencian las ocho. Tengo todo el día para mi. Y el espejo se quedará ahí mismo a esperarme.
No sabe hacer otra cosa que esperarme.

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